Camina hombre, camina por estrechos caminos cerrados de jungla autóctona. Siente un ardor ácido la noche iluminada por la cebolla de los mil ojos. Y se levantan las sombras, como hombres gigantes que buscan atemorizar las vidas del bosque.
Corren mil voces en cien bocas de ancianos respetados por sus familias. Esta noche emprenden narraciones sobre el hombre que camina dueño del bosque, capitán de las sombras, hijo de la cebolla de los mil ojos.
Al paso del caminante los helechos retroceden, las ranas y la sapos se cautivan y ya no croan delante de su imponente figura. El cielo cruje en noches despejadas y el viento sopla pero no aulla, porque no quiere confundir sus lamentos con el sonido del capitán.
Camina erguido, camina arrastrado, atesora fuerzas descomunales. Los ancianos, pozos de sabiduría, sobrecogen el sentimiento de su auditorio, como el ilusionista con los niños.
Los hombres yacen secuestrados en sus casas. Nadie osa adentrarse en el territorio del que camina.
Ya aulla el hombre lobo, encogiendo las almas que lo escuchan al calor de una hoguera. Ya se mezclan las historias del anciano y la noche viva de bestias. Se apagan las hogueras camuflando las guaridas. Sólo los más niños, sin sentido, hoy no tiemblan.
Erguido camina, camina sin pausa, con el vello erizado como el lobo dominante, con los dientes afilados que ilumina su madre desde el cielo. Los ancianos hacen pausa en su historia, pues también temen. Toma los caminos de las casas, y cientos de almas escuchan pisadas de gigante que retumban más que nunca. La noche se alía para callar a su paso y permitir que los lugareños sólo oigan su caminar.
Por las ventanas nadie mira que el caminante de la noche se detiene. Los creyentes rezan, todos ven trasformada la historia narrada, que continua ya real.
El hombre se detuvo y miró alto, desafiante, y su madre se asoma entre telones negros que ya se abren para la función final. Y sólo es testigo ella, con sus mil ojos. Saltan las lágrimas y gritos y nadie sabe de sus víctimas. Un aullido inhumano que desgarra la vida suena en todas partes como anuncio de muerte. Los ancianos no tuvieron tiempo de contar el final y éste ahora lo contará la bestia. Hombre lobo de ficción, realidad ante los ojos del más incrédulo, siembra malignidad entre las almas.
Y esta historia -dijo el anciano – no os la terminaré de contar hoy, que el fuego ya es brasa y no ilumina y no quiero que mis palabras las trasforme la negra noche.
Todos abandonaron el círculo de atención, niños y mayores, retirándose a sus camas, esperando oír mañana, sólo de boca del anciano, el final de la leyenda.