Hasta que gritó el terror no se hizo
real, y cuando lo hizo fue para estar seguro de que no era un sueño porque en la angustia de los sueños aunque lo intentaba no salían sonidos de su garganta.
Se había levantado temblando y todavía se sentía borracho. Sus manos le parecieron
amarillas, más amarillas que siempre. El pasillo hacia el baño le
pareció más estrecho y el suelo y el techo más cercanos. Paró en
seco meciéndose suavemente, como acariciado por una brisa. Intentó
ver el final del corredor y entrecerró los ojos como los miopes. Allí sólo había una mancha oscura.
Entró en el baño y abrió el grifo
de agua caliente, le golpeó la pequeña nube de vapor y miró al
espejo. Fue entonces cuando pasó. Delante de él estaba el reflejo
de su cuerpo de cintura para arriba. Pero su cara era lisa, como la
piel de la espalda. No tenía boca, no tenía nariz, ni siquiera ojos y aun así podía verse. Esto fue lo que lo enloqueció.
Entonces gritó y se escuchó gritar aunque no veía en el reflejo
que tuviese orejas. Gritó hasta que el espejo se cubrió de vaho.
Después volvió a la cama y siguió temblando allí.
Tomasso Anisacchi (Correspondencia desde el Asilo Mental Parannius)