sábado, 25 de abril de 2009

Breve historia de casi todo (un relato de auto-terapia) (II)

Es curioso, que a pesar de la enorme cagada que había hecho durante aquel cuatrimestre, y de sentirme lógicamente decepcionado por como se habían desarrollando los acontecimientos, no pareció que aquello me hiciese reaccionar de ninguna manera, sino todo lo contrario. Recuerdo que a medida que las notas iban apareciendo en el tablón, acudía a ellas con la misma esperanza que tiene aquel que se ha gastado sus dineros en lotería con la intención de quitarse de pobre. Hasta el año siguiente no tuve la sensación que se experimenta al saber que has aprobado una asignatura con tu esfuerzo personal y con tu sacrificio. Quizás por ello, por saber que el esfuerzo había sido nulo, sin contar ese par de días que estudiaba para autoengañarme, me tomaba cada suspenso, uno detrás de otro, con la más absoluta indiferencia. Encajaba el disgusto de un día para otro, y me recuperaba de nuevo al pensar “alguna aprobaré…”

El segundo comenzó igual que el primero, lo único responsable que hacía, y que a la larga fue de lo más inútil, era asistir a clase. Por supuesto el segundo cuatrimestre no era ni mucho menos más sencillo que el primero, otra vez de vuelta a las asignaturas incomprensibles. Tengo que decir que estoy seguro de que alguno de los que asistían a clase conmigo (no puedo decir compañeros, pues al 99% nunca llegué a dirigirles la palabra) estaban en situación parecida a la mía. Me resulta imposible que todo el mundo comprendiera todo aquello día tras día sin realizar ni la más mínima pregunta a la panda de frikis que se dedicaba a darnos clase. Es verdad que seguramente muchos de ellos, perros viejos, sabedores de que su capacidad para dar la materia de forma comprensible era nula, no daban nunca la más mínima oportunidad de réplica por parte del alumnado. Las pocas interrupciones que hubo durante el curso para preguntas eran despachadas en la inmensa mayoría de los casos con broncas o burlas por parte del docente.

Mención especial, en esta etapa de mi vida que estoy relatando, para Andrés. La única persona que puedo considerar que fue compañero mío en clase. Es verdad que tenía sus defectos, su nivel de frikismo era el adecuado para estar estudiando esta carrera (que espero que ya haya terminado) y tenía también uno de los defectos que menos me gustan en cuanto a defectos propios del estudiante: Era de los que decían que no estudiaban absolutamente nada cuando era absolutamente falso. Esto es algo que no soporto, y otro día dedicaré una entrada a ese tema, pero hablando del chaval este, la verdad es que por todo lo demás era una gran persona. Nos parecíamos bastante, éramos los dos dos chavales tímidos, un poco frikis y que se habían metido en informática movidos por ese frikismo (yo a mayores movido por el consejo de la Psicodélica). No me sirvió como apoyo para tratar de sacar mejores notas, pero al menos llegaba por las mañanas a clase con otro ánimo. Pues ya no tenía que ser el raro que se sentaba en clase solo y no hablaba con nadie, se mantenía callado las 6 horas que nos tenían allí por la mañana, y se marchaba haciendo el mismo ruido que al entrar. Gracias a él los descansos no los pasaba sentado en clase o dando vueltas por el pasillo como un idiota. Sólo nos faltó irnos de cañas un día, el problema es que de aquella estaba en un círculo de amistades muy cerrado y tenía miedo de salir de él. Además de que las bromas sobre una supuesta relación homo con el chaval este, como sugerían los demás Pollinos, no ayudaba.

Recuerdo una mejora en cuanto al tema académico, aprobé las prácticas de Estructuras de Datos, algo utilísimo en mi caso, pues suspendí el examen teórico y resultó como si no hubiese hecho nada. El único examen teórico que aprobé aquel año fue el de Programación, pero caprichos del destino, en esa ocasión suspendí las prácticas.

Pasemos al tema de las salidas nocturnas y demás. En principio estuvo bien, para alguien que había pasado toda su vida en un pueblo, estar en una ciudad como Coruña era toda una novedad. Pero aquello tenía el mismo ambiente universitario que un velatorio de aldea. Las posibilidades que se le ofrecían a un estudiante por las noches se centraban en ir de botellón a la plaza del humor y luego acabar de tajarse en el Orzán. Después era todo cuestión de improvisar, si es que uno no estaba cansado ya de caminar unos 20 kilómetros todas las noches en total en viajes de un sitio a otro. Acabé por no salir la mayoría de las veces, a lo mejor me sentía culpable por como estaba llevando todo el asunto de la carrera y lo bien que me lo pasaba por la noche no ayudaba tampoco. Así es que me perdí grandes momentos como la paliza a los fans de Manolo Escobar entre otras, que ya comentarán si quieren los actores principales.

(Continuará)

by Kímiko MC 2009

sábado, 11 de abril de 2009

Breve historia de casi todo (un relato de auto-terapia)

-"Estás aprobado. Enhorabuena."

Corría en año 2003. Estábamos en el mes de Septiembre, yo contaba con apenas 18 años y venía de lo que era hasta la fecha el típico verano del adolescente pre-universitario, 3 meses de auténticas vacaciones con mucho tiempo libre y apenas actividades para poder llenarlo, un hándicap que la imaginación siempre trataba de solventar. Aquel verano había sido en parte diferente, ya desde el final de curso, pues todos nosotros, bachilleres recién salidos del instituto nos habíamos enfrentado al pequeño trauma de los exámenes de Selectividad, y por mi parte, como la mayoría de los escasos y sencillos retos a los que me había enfrentado hasta ese momento en mi vida, era algo que había conseguido superar sin mayores dificultades. Una nota bastante alta, unida a un expediente no demasiado brillante pero que superaba la media, me permitía acceder al mundo de los estudios superiores en la rama que hasta la fecha creía que sería el camino de mi futuro: la informática.

A mediados de ese mes de Septiembre, escuché esta frase a mi espalda, mientras conducía el Renault Megane de la autoescuela, en lo que era la segunda convocatoria del exámen práctico del carnet de conducir. En mitad de la carretera y tras unos 20 minutos de prueba, sin tan siquiera haber hecho prueba de estacionamiento, me veía ya a mis 18 años con la carrera por empezar, y el permiso de circulación. Ese verano lo había pasado como cualquier otro hasta la fecha, pero con pequeñas interrupciones en mis vacaciones provocadas por las visitas a Ferrol para realizar las prácticas, menudencias que no hacían otra cosa más que enriquecer las experiencias de mi juventud en general y de aquella época estival en particular.

Pronto todo comenzaría a torcerse, no sólo para mi, sino para algunos de mis compañeros representados en la imagen de este blog. Llegaba a una ciudad nueva, sin conocer apenas a nadie más allá de los compañeros que elegían carreras similares, y con muchas dudas y temores llegó el primer día de clase en aquella facultad del campus de Elviña. Siempre he sido una persona tímida y muy cerrada, y a pesar de que llegaba a clase con la resignación de saber que me costaría un mundo hacer nuevas amistades, albergaba en lo profundo de mi ser la esperanza de encontrarme en la misma situación que el resto de mis nuevos compañeros de aula. Pronto la realidad llamó a mi puerta para recordarme que a partir de ahora me encontraba en el auténtico mundo real. Nada volvería a ser sencillo como hasta ahora y no tendría apenas a nadie en quién apoyarme cuando las cosas se torcieran o cuando necesitara una guía o un consejo. La vida universitaria en Coruña no se parece en nada a la que reina en Santiago de Compostela, allí en Coruña se llega en la mayoría de los casos con tu grupo cerrado y la gente no tiene ánimo ni interés en abrirse a los demás, ni mucho menos en facilitarte la integración en su círculo de amigos. En Santiago es diferente, pero eso era algo que yo desconocía por aquellas fechas.

Intento recordar cuando fue la primera vez que alguien me dirigió la palabra en aquel curso, más allá de nimiedades como pedirme un folio o cosas así, y no pecaría de exagerado si dijese que hasta el segundo cuatrimestre no tuve a nadie con quien hablar en los descansos entre clases, que por otro lado eran monótonos y aburridos. Jornadas de un mínimo de 6 horas todos los días, por supuesto sin descansos, levantarme todos los días a las 7:30 de la mañana, sabiendo que perder un día de clase equivaldría a quedarme sin los apuntes de ese día por no tener a quien pedírselos, clases todas cortadas por el mismo patrón, profesores que no tenían el más mínimo interés en dar la clase y mucho menos molestarse en saber si habíamos entendido algo, temarios incomprensibles, poniendo de manifiesto el abismo que se encuentra entre el nivel del instituto y el de la universidad, a pesar de que tanto uno como el otro disminuye año tras año y lo seguirá haciendo con el proceso de Bolonia.

Para un alumno como yo, acostumbrado a estudiar los dos días anteriores a un examen y sin la más mínima idea de lo que significaba el trabajo diario en el estudio, como tomar buenos apuntes o que era y para que servía una tutoría o las clases de una academia, todo aquello me sobrepasaba enormemente. Todo se agravó con la llegada de las prácticas, en las que a todo lo anteriormente mencionado teníamos que sumar la desesperación de ver como el resto de la clase avanzaba y parecía comprender todo aquello y llevarlo a cabo y como yo no sabía ni siquiera como empezar ni en que clase me encontraba. A pesar de todo esto, y debido a mi desconocimiento de la situación y de los métodos para tratar de encontrar una solución, dejé pasar el curso viendo como se acercaba Febrero y engañándome a mi mismo con la idea de que todo era un mal sueño y que con la llegada de los exámenes y las buenas notas todo se solucionaría. No hace falta decir que el tan esperado Febrero llegó y con él otro pleno, como el que tenía acostumbrado en el instituto, sólo que para mi asombro y desgracia esta vez el pleno era de suspensos.
(Continuará...)
by Kímiko MC 2009