Empezó a llorar, primero sin ruido, con lágrimas resbalando
como diamantes por sus mejillas. Bellísima. Después su respiración se fue
agitando, rítmicamente primero, desordenada después. Yo no sabía qué hacer,
estaba paralizado, mi cerebro no conseguía ordenar a mi brazo acariciarla,
calmarla con una mano en el hombro. Quería pero no podía moverme, había visto
llorar a más mujeres, en las telenovelas de sobremesa, de consumo diario en mi
casa. A las mujeres de la familia, a las vecinas. A las mujeres de la familia y
las vecinas viendo telenovelas. Pero nunca había visto llorar a una mujer así,
a una que me gustase.
De repente pensé en el pañuelo que llevaba en el bolsillo,
podía prestárselo, tendérselo gentilmente como había visto en las películas,
secarle las lágrimas y besarla. Yo tenía 10 años y ya parecía uno de esos rusos
desesperados, los locos del amor, y aún no los había leído. Supongo que es
consecuencia de todas las tardes de amores imposibles en la televisión . Así
que estaba dándole vida a la escena del galán en mi cabeza cuando ella
interrumpió su llanto y me preguntó si tenía un pañuelo. Me eché la mano al
bolsillo, allí estaba por supuesto. Una corriente eléctrica me subió por la
espalda aún así se lo pasé. Ya no había nada que pudiese hacer. Se secó las
lágrimas y me devolvió el pañuelo, luego besó mi mejilla. Allí se quedaron
cuatro lágrimas secándose en mi pañuelo de Mickey Mouse, mi pañuelo de niño.
Juvenal Sunset
1 comentario:
Los pseudónimos son de regadera
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